SOBRE EL COSTO DE LA BUENA IMAGEN O LAS NUEVAS ESCLAVITUDES

SOBRE EL COSTO DE LA BUENA IMAGEN
O LAS NUEVAS ESCLAVITUDES

Jaime Rivas D.
Pacífico colombiano
2015.


Un amigo del colegio, por allá en los años ochentas, un día hizo de sí mismo el siguiente comentario: hoy soy un negro caro. Se refería a que llevaba puesto encima más de ciento cincuenta mil pesos colombianos ($150.000) en camisa, pantalón, zapatos, reloj, anillos y cadena, que para esa época era una cantidad considerable de dinero. Otro compañero que escuchó el comentario, le repostó: la plata que cargo no me alcanza para comprarte. Mi amigo no entendió la puya del otro, solo se sonrió orgulloso.
Recuerdo ese hecho siempre que me pregunto por la ansiedad y el afán de la personas por cultivar una buena imagen de sí mismo mediante lo que llevan puesto: la ropa, los zapatos y las joyas, de marca.
Obviamente se tiene derecho a sentirse bien presentado ante los demás y un buen traje te protege del clima, sea frio o calor, que es la necesidad básica por la que los humanos inventamos el vestido. Ya Adán y Eva taparon sus genitales con hojas de parra a fin de ocultar su desnudez ante  el ojo celador de su Dios creador.
Pero de ahí a que de tu imagen dependa el juicio que los demás hacen de ti es por lo menos cuestionable. Hay un programa de televisión gringa donde los presentadores eligen a personas “mal vestidas” y a partir de criticas mordaces y de argumentos seudocientíficos, les dan dinero para que compren ropa de moda que según los mismos presentadores hacen las hacen ver mejor, les resalta esto o aquello, incluso en contra de los gustos personales  de  la mujer seleccionada para el show.
En el caso de los seres humanos el dicho usado por los mercachifles de que vale más una imagen que mil palabras hace que éstos se esclavicen para mejorar su imagen: la publicidad de productos de belleza se ha vuelto tan especializada que solo para el rostro femenino puedes encontrar una crema para el parpado de arriba y otra crema para el párpado de abajo, y así decenas de cremas para cada parte del cuerpo en función de su imagen; y qué decir de las ofertas de vestidos y zapatos y joyas a las que no escapan tampoco los hombres. “Pobres pero bonitas”, exclaman algunas chicas, y eso significa, vestidas con las marcas de moda.
Entonces hombres y mujeres quedamos reducidos a lo que el otro ve de nosotros, de nada vale lo que pensamos y sentimos, es decir el ser mismo de las personas se pierde en la representación de moda que escupe la televisión y demás medios de propaganda que publican los seudovalores que los  magos de la moda y su patrones, los capitalistas internacionales, construyen para vender más y agrandar sus cuentas bancarias. “No hay mujer fea sino con marido pobre”, decía una presentadora de televisión hace unos años. “Sin tetas no hay paraíso” completaba otra al referirse a la cirugía plástica que supera la marca del vestido y va a la transformación del cuerpo a base de bisturí en busca de una pretendida belleza “internacional” sin saber que ese concepto es otro embuste del mercado y los publicistas.
Frente a todo esto recuerdo a Gandhi, el líder que liberó a la India del imperio inglés sin disparar un tiro, solo con estrategias de No Violencia en la que el vestido tenía una importancia singular. Gandhí abandonó los trajes de lino inglés que usaba cuando era abogado en Sur África para liderar la lucha de descolonización ante los ingleses vestido con un traje tradicional tejido por él mismo.
Quizás nuestro afán por la moda no sea sino un mecanismo más de explotación  y esclavitud, pues mantenerse a la moda entraña no pocos esfuerzos y una imagen “internacional” se paga en dólares. Quizás, dólares que invertidos en satisfacer otras necesidades fundamentales como nuestra educación y alimentación sana nos harían más felices y libres.

Jrd.

  

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