Sobre las cosas y la vida del planeta.
Jaime Rivas Díaz
Cómo hacer para que
las cosas nos hablen, nos cuenten de sus infancias y juventudes, de sus vejeces
y muertes, si lo hicieran, ¿Las escucharíamos? Unos zapatos viejos que después
de varias veces de ir y salir del zapatero remendón ya definitivamente no
aguantan otra operación ¿Qué tendría que decirnos cuando sin preocuparnos y sin
hacer las cuentas del tiempo que los usamos, los echamos a la bolsa de la
basura, sin despedida amorosa, sin abrazo o sonrisa tímida de despedida? Y
aquella olla donde se prepararon los sancochos de gallina que alegraban las
fiestas de fin de año en la familia y que eran preparados por ese ejército de
tías al mando de nuestra abuela o de nuestra madre termina pérdida entre otros
aparejos viejos de la cocina ¿Qué tendría que decir? ¿Qué diría esa cama que
nos acogió en nuestra adolescencia o en nuestra juventud? ¿Qué podría contar si
pudiera hablar? ¿Qué nos aconsejaría? ¿Qué diría de esas amigas que retozaron
con nosotros en esas noches de profunda
pasión en que presos de lujuria probábamos la sal de la vida y la felicidad?
Pero las cosas no hablan, cumplen su función sin queja alguna, hasta que dejan
de ser útiles y son abandonadas y remplazadas por otras, el mercado, las
grandes superficies están llenas de cosas, cosas que usamos y desechamos, en
algunos casos las compramos sin preguntarnos si realmente las necesitamos, solo
nos gusta su diseño, tenemos dinero en la tarjeta y podemos comprarlas aunque
mañana las desechemos porque aparece otra más atractiva.
En la avidez por
tener cosas nuevas y de moda, ofertas, todo a mil, en ocasiones se nos olvida
realmente la función de esas cosas y en ese proceso también se nos olvida
porque necesitamos esas cosas. ¿Para qué
comparamos ese televisor si ya tenemos uno? Chévere tener dos, nos decimos, o
este es de una nueva marca, es más moderno, según la publicidad. Y nos llenamos
de cosas. Personalmente he tenido y usado por más de cinco años un par de
zapatos finos que me regaló mi hermana a quien le llegó por conducto de su
compañero que es vigilante y al que los habitantes del condominio donde vive le
regalan de vez en cuando cosas casi nuevas porque ya nos las quieren o no las
necesitan porque compraron otras cosas nuevas que pronto desecharán. Lo mismo
me contaba alguien con los vestidos de su jefa que después de comprarlos en
tiendas de renombre ya no tenía ocasión de usarlos y se los regalaba y ella los
regalaba a otras mujeres de su entorno. Y he visto un programa de televisión
donde se muestran personas en Estados Unidos viviendo perdidos entre las cosas
que un día compraron porque estaban en oferta y vuelven a comprarlas porque al
día siguiente se les olvida que ya tienen varios pares de las mimas en sus
bodegas, en la cocina, en sus salas y en su dormitorios.
Ahora recuerdo a un
compañero del bachillerato que un día dijo que estaba muy caro, él llevaba encima
más de doscientos mil pesos de la época entre el pantalón, la camisa, el reloj,
la cadena, el anillo…estaba muy caro. Y así he escuchado historias en que las
personas quieren comunicar lo que son a partir de las cosas que usan o las
cosas que tienen. La conversa sobre el nuevo modelo de carro que están usando,
el nuevo jean o camisa, y entre algunos hasta se les confunde y hablan de la
chica mona con la que están saliendo
como otra cosa.
Y a eso quería
llegar: en ocasiones tenemos tantas cosas, nos relacionamos tanto con las
cosas, que terminamos confundiendo nuestra relación con las cosas como si fueran personas o con las perdonas
como si fueran cosas. Las compramos, las usamos y las desechamos.
En un país como el
nuestro, fundado en la inequidad y la violencia, en ocasiones se nos cuelan en el
lenguaje nociones como “reciclables” para referirnos a personas de la calle y “muñecos”
para aludir a las víctimas de asesinato. Es decir, personas que son una cosa.
Lo cierto es que el
capitalismo, con la industria del plástico y sus derivados, nos enseñó a tener más
cosas de las necesarias, a sentirnos importantes porque tenemos más cosas que
los otros, hacer de nuestra vida un camino para comprar y tener cosas. Porque
nos educamos y conseguimos un trabajo y recibimos un sueldo y salimos a comprar
cosas.
Y de las cosas
olvidadas y desechadas porque pasaron de moda, porque se remplazaron por otras,
porque son cosas desechables, pasamos a la basura y basureros que se atiborran
en los rincones del planeta, en las esquinas de las ciudades, en los basureros
más grandes que los pueblos, en islas de basura en el mar: cosas, y cosas que
una vez compramos y otro día desechamos, que vienen con el aviso: Úselo y Tírelo.
Al final una posible conclusión a esta reflexión es que si
miramos el nivel de contaminación del planeta, el plástico y sus productos
derivados se lleva el título de ganador: chuspas, empaques, muebles, botellas,
juegos y un etcétera larguísimo de cosas para usar y botar y todo eso llena los
almacenes de grandes plataformas, los supermercados y negocios, y luego de un corto tiempo va a parar a la
basura y esa basura al mar y al planeta que ya no tiene respiro. Y todas esas
son cosas que compramos, por las cuales invertimos unas horas, un día o un mes
de trabajo, lo que significa que invertimos mucha de nuestras horas de vida, de
trabajo, para comprar cosas que terminan en la basura, contaminando las
ciudades y el planeta en que vivimos. ¿No sería bueno que la próxima vez que
compremos algo deberíamos detenernos a pensar en su utilidad, en su duración y
en que si tenemos que desecharla no contamine? O sencillamente, cambiar el
modelo, vivir con muy pocas cosas, solo con aquellas que necesitamos de verdad.
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