La
violencia juvenil en el Pacifico, un problemas de oportunidades reales.
Por: Jaime Rivas D
Desde Quibdó hasta Tumaco, la población afrocolombiana
expresa un hondo temor: su juventud, presa de la pobreza y sin alternativas de
vida digna, h sido reclutada por las bandas criminales, los narcotraficantes y los
frentes de todas las guerrillas que han logrado alentar en la región una masa
de jóvenes para que participen en sus acciones criminales.
En Quibdó el terror de los muchachos criminales
que arrancan bolsos, roban celulares y hasta asesinan es latente. Algunas
personas proponen cadenas de rezos y el alcalde procura una presencia policial suficiente,
en el entendido que ante la violencia juvenil es necesaria una violencia
oficial a través de policías y soldados y que rezando se puede conmutar el
problema.
Igual en Tumaco, se habla de la disminución
de la delincuencia en la que hay una gran participación de jóvenes afrocolombianos
y que se enfrenta con policías y soldados y misas cantadas y entierros
musicales a los muertos.
En Buenaventura es lo mismo. Ante el
terror de las casas de pique se aplica la fórmula de la militarización y el
fortalecimiento policiaco. Seguramente habrá cadenas de oraciones no tan públicas
como en otros lugares.
Al parecer, los jóvenes que no hallaron
una oportunidad en la escuela ni en la universidad y menos en el trabajo, la
tuvieron en la delincuencia. Y el estado local responde a esta situación con
bala y prisión, sin preguntarse siquiera por las condicione sociales de la
población, sin detenerse a ver la realidad en que vive la mayoría de
afrocolombianos en las principales ciudades de la región.
Todo esto genera múltiples preguntas
sobre las comunidades negras del Pacifico y su relación con el Estado y sus representantes
locales.
¿Cuáles son las oportunidades reales que
el estado a nivel local le ofrece a los jóvenes, tanto de las zonas urbana como
rurales, cuando la educación que reciben es de bajísima calidad, con maestros
letrados funcionales que van a los caseríos tres días a la semana a cumplir de
mala gana el acuerdo con su jefe político –concejal o alcalde- y sin compromiso
alguno con la educación de los muchachos;
o cuando la plata de calidad de la educación se la roban los políticos locales
para pagar deudas de las elecciones; o cuando lo recursos para proyectos se
quedan en las ongs de los profesionales amigos del alcalde, del gobernador o de cualquier representante o senador, y no
llegan a las familias campesinas?
Otra pregunta ¿Cuál es la consecuencia
de los cultivos ilícitos en nuestros hijos, cuando los dejamos participar en
ese negocio ilegal comandado por matones y comerciantes inmorales?
¿Cómo podemos participar desde nuestros
mullidos sillones de funcionarios locales
para hacer menos injusta la situación local?
Si esta situación no se piensa desde
otro modo, las balas y las cadenas de oraciones nada harán para detener esta
delincuencia que ahora roba carteras y que luego robara bancos, oficinas
comerciales y asesinará, seguramente a políticos y comerciantes ricos.
La inequidad económica y social en la
región es la base de esta situación violenta; nos estamos acostumbrando a ver a
nuestros hermanos afros luchando todos los días por un pan mientras que
nosotros lo tiramos por la ventana, como hacían los esclavistas en tiempos no
lejanos.
Ya es hora de que nos preguntemos ¿Qué oportunidades
les estamos construyendo nuestros hijos
y a los de las otras familias de la región?
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