SOBRE GUSTOS, CENTROS Y MÁRGENES

Leer "Endiablao", de Jaime Rivas Díaz (de quien publicamos un cuento en el último número de Sombralarga) es, de alguna manera, refrescante, si se puede usar esa palabra. Y me hizo pensar en esto:

Hay toda una investigación necesaria al rededor de los gustos literarios en las grandes ciudades y las editoriales de mayor circulación, tanto independientes como cooptadas por el capital extranjero y transnacional (sáltense las palabras si no les gustan, pero no hay otra manera de llamarlo). Hasta no hacer esa investigación, lo que digo nace de la intuición. Sin embargo, es rastreable en esas literaturas un gusto que sabe a internacional, a cosmpolita, formado para gustar a cierta clase media alta, que ve en la literatura una especie de salvación de clase, cuando no cierto enclasamiento, un manifiesto . Un gusto que funciona -como muchos gustos- para decir qué no debería gustar, qué gusto es legítimo. Como raro, la clase (y la región y la raza, que se entrelazan de maravilla en este país), es fundamental para entender la dinámica.

Hay ciertas otras literaturas, producidas por otros capitales,con otras intenciones, de otras maneras y con otros procesos editoriales, que -claro- no por esas condiciones son necesariamente mejores, pero sí muchas veces diferentes. Están hechas desde un gusto distinto, que apela a otras papilas, que mueve otras sensibilidades. Tampoco es cierto que todas las literaturas movidas por esos capitales de las grandes ciudades sean iguales, pues es posible encontrar apuestas disímiles, calidades variables, aunque muchas veces ese cambio radica en la maestría con que se manejan los gustos. Y tampoco voy a decir que no me gusta ninguna. Las cosas no son tan fáciles, ni más faltaba. 

En fin, "Endiablao" es refrescante porque apela a otro gusto. Porque no tiene miedo de hablar de otras cosas, ni con otras palabras, ni en otros papeles. La novela es una apuesta anclada en lo regional que no duda de hablar del "fin del mundo", de espantos, de rezos, sangre de gallina, barcos en llamas que no se consumen, manejados por esqueletos quejumbrosos, sancochos, chicha y meros gigantes. Con un interés notorio por rescatar las historias "de los viejos", por las que los jóvenes ya no se interesan, tampoco es una narración tradicionalista. En ella se puede leer una interpretación de ciertas violencias fundamentales en la formación de las relaciones sociales de ciertas provincias colombianas, en las que destaca la ejercida sobre las mujeres por los poderes desbordados de ciertos hombres. Es así que la novela le voltea el argumento al que cree que el feminismo es necesariamente cosmopolita, importado, blanco, liberalísimo y súper progresista. Y bueno, hay tanto más ahí para discutir. 

La disfruté, y mucho, y creo que, como he dicho en otro lado, la literatura colombiana también se construye así, con novelas autoeditadas, de bolsillos pequeños y con historias que no son sobre ni desde los problemas de las clases medias altas del país -sin decir que no haya cosas maravillosas en ellas. Espero poder seguir leyendo en eso que creemos que es "el margen", como si la hoja fuera una sola y ya estuviera hecha. Sobre todo, espero que tanto "centro" no termine cooptanto -como sus capitales- esos otros gustos.



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