Soñando un sueño posible


Por: Jaime Rivas D.
Siempre que me desplazo por Tumaco, ya sea caminando,en bus o motocicleta, hay una sensación muy especial que conmueve mi alma. Es la belleza del territorio que ocupamos: una rada abierta, con mareas y vientos que regulan nuestra temperatura ambiente haciéndolo muy agradable, con un sol la mayoría de las veces azul intenso que se vuelve naranja o rojo dependiendo de los crepúsculos, unos esteros llenos de larvas y juveniles de peces y moluscos, unas playas inmensas que provocan el caminar sobre las olas y atemperar con la marea nuestros sueños más íntimos, volar como los pelícanos grises, las piuras y gaviotas visitantes; una variedad de árboles y plantas con sus frutos alimenticios y medicinales o simplemente decorativos, especialmente en la Isla del Morro y en la parte subcontinental (Comuna 5).
Afortunadamente vivimos en un territorio hermoso, paradisíaco. Nuestros mayores, que contribuyen en la conservación de este entorno natural hablan de innumerables especies de animales de bosque y de peces del río, algunos ya desaparecidos y otros que se resisten en refugios naturales como la nutria, el sábalo, el mongón, la pava de monte, el tulicio, la tortuga patiamarilla y la tapecula, entre otros.
Y en esos huertos donde hay árboles y plantas también hay flores y donde hay flores hay chupaflores, azulejos y otras tantas especies de aves. Y eso no es todo, hace falta que nuestros jóvenes investigadores ambientales nos cuenten de los inventarios de esta zoología y flora que disfrutamos aún en nuestros días, sin contar con las riqueza pesquera que hace parte de nuestra alimentación diaria.
Con todo esto, es necesario llamar la atención a los políticos y planificadores locales que pese a que viven en este territorio pareciera que no “ven”, no “observan”, no “valoran” este maravilloso territorio y más bien, con la mentalidad colonizada de una modernidad ignorante, economista y violenta, quisieran pavimentar los manglares y las playas, construir rascacielos en el aire, acabar con lo que queda de peces, sembrar el territorio rural con monocultivos de palma aceitera y coca, cuando no de minas quiebrapatas como ciertos actores armados.
Por estos días nos asusta la pandemia del coronavirus y la televisión nos llena la cabeza con sus historias; sin embargo, esta peste ha dejado claro que si bien es democrática en su afectación, el planeta en el que está atacando no lo es. Y es posible que los científicos le encuentren una cura rápida y en algunos años el virus sea como el del Sida del cual los medios ya ni se ocupan; pero, hay unos virus, sociales, económicos, políticos mayores que el coronavirus y el sida juntos: es el neoliberalismo y su capitalismo salvaje e insolidario, propio de imperios e individuos avasalladores y destructores de la humanidad y del planeta que cabalga sobre las espaldas de empresarios y políticos corruptos que ven en todo plata, plata, y más plata, al punto de no concebir una vida sin plata.
Hasta hace unas semanas no más, Colombia estaba aterrada por los niveles de contaminación de ciudades como Bogotá y Medellín. Y el peso de las causa de esa contaminación se las estaban cobrando a los transportadores; y nadie decía nada de las industrias que contaminan tanto como el parque automotor. Los noticieros y los funcionarios no tocan las industrias porque su contaminación paga los medios y los periodistas y un día de estos cuando Medellín y Bogotá ya no puedan retroceder de las alertas en rojo, cuando esas ciudades tengan que ser abandonadas por ser mortales para los humanos, como ha pasado con algunas en Europa, a los mejor nos acordaremos que el coronavirus no fue el virus que nos volvió zombis.
Tumaco aún tiene potencialidades de dirigir su desarrollo hacia modelos más sostenibles y saludables de desarrollo o buen vivir. Tiene la estructura para ser una Eco Aldea, espacio para hacer agricultura urbana, jardines colgantes, y zoológicos abiertos, producción limpia, con sello étnico y ecológico; sin embargo, para eso es necesario terminar con la politiquería que se roba la plata de quienes pagamos impuestos y emplea a profesionales y técnicos sin capacidad técnica ni conceptual para planear y construir una ciudad distinta, controlar el caos vehicular, fortalecer los procesos educativos en todos los niveles, promover el buen trato y el valor de la vida y la educación, el trabajo digno y la producción licita de alimentos, entre otras medidas.
Aún estamos a tiempo de conservar este paraíso, no sea que por nuestra ignorancia, la codicia de algunos y la prepotencia armada de otros, dejemos que el infierno nos llegue a la casa, no por los virus, sino por el calentamiento global y la miseria económica y moral.
Jrd.2020.Pacifico colombiano.

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