JUVENTUD Y BIENESTAR SOCIAL LOCAL: UN RETO PARA TODOS
JUVENTUD
Y BIENESTAR SOCIAL LOCAL: UN RETO PARA TODOS
Una
estrategia desde la alegría, lo propio y la esperanza de ser mejores
Jaime Rivas Díaz.
Comunicador
social y escritor afrocolombiano.[1]
1.
Elogio al maestro.
La labor del maestro es de las más
estresantes que he conocido, me
confesaba una amiga en una conversación sobre el tema educativo. “¿Usted
sabe lo que es un curso con cuarenta muchachos gritando, moviéndose todo el
tiempo, unos preguntando, otros jugando y la mayoría despistados ya sea con un
juego o con el teléfono celular?, ¿y qué me dice de esos chicos violentos y
maleducados a los que usted les está diciendo: ¡Siéntese, por favor siéntese!,
y ellos siguen ahí parados, haciendo lo suyo como si lo que usted dice les
importara poco? ¿Y los padres de familias? Ah, esa es otra cosa brava, porque
los hay que vienen a la institución no a preguntar cómo se comportó el niño
sino a agredir al profesor porque el niño perdió el examen o fue suspendido por
violar el reglamento del colegio, no, ese padre no viene a preguntar por qué,
qué hizo mi hijo, ese viene es pelear, a defender lo no defendible.... ¿Y qué
me dice cuando a uno le toca irse a esas veredas rurales a dormir entre mosquitos
y a vivir en casas sin baño? ¡No!, Eso no es fácil. Uno se gana la plática, que
se gana, es trabajando duro. Vea, yo llego después de una sesión en la mañana es a comer y a dormir toda la tarde”
En estas palabras están recogidas las
de muchos profesores que conozco no solo en Tumaco, sino en la región del
Pacífico colombiano dónde he tenido la fortuna de trabajar. Su ardua labor en
el trabajo con niños, adolescentes y jóvenes se experimenta como un ejercicio
agotador, y más, cuando los padres de familia parecen desconocer su labor en el
proceso educativo y le dejan toda la responsabilidad al profesor: ¡Maestra, vea,
aquí le traigo su muchacho? Sin embargo, esa labor que desempeñan es de un
valor inestimable para nuestras sociedades. Ese aporte, sacrificio o capacidad
de dar, solo es premiado por la calidad de sociedad que podamos construir. Los
sueldos importan, pero el efecto del maestro en sus alumnos y su sociedad es
incalculable.
Mi primera maestra, a la que recuerdo
mucho y con cariño, trabajaba duro para que aprendiéramos nuestras primeras
letras. Era un mujer afro que viajaba ocho horas de la ciudad a nuestra playa,
en una canoa movida por dos bogas, a veces con sol, otras con lluvia, y que se
quedaba en una vivienda anexa a la escuela por seis meses, hasta vacaciones, y
la imagen que uno recuerda es la de esa mujer amorosa, trabajadora, y estudiosa
que le inspiraba a uno las ganas de estudiar, de aprender más y de ser mejor
cada día. Fue esa maestra la que aconsejó a mi madre a traerme a la ciudad para
seguir estudiando lo que ya en la escuela rural no podía encontrar.
El maestro, cualquiera que sea el tema
que enseñe siempre será recordado por sus estudiantes porque tiene el poder de
afectar sus representaciones mentales de la vida, del mundo y de la persona, ya
sea ´niño, adolescente o joven. Más allá de cuanto enseñe, lo que va a recordar
el niño es la actitud del profesor, la manera de relacionarse con él, las frases que le escuchó decir. Incluso,
fuera de la institución educativa el maestro, tiene ese poder de impactar a las
familias y las comunidades, porque es un constructor de pensamiento, de ideas,
un trabajador intelectual, a veces solo trasmite datos, informaciones, y eso ya
es bastante; pero, otras veces, estimula la construcción de nuevas ideas,
participa en ese misterio de construir nuevas visiones de la realidad donde sus
estudiantes encuentran otros caminos, otras historias, otros modos de pensar
sus propias vidas, y eso es fabuloso.
Las
grandes sociedades han tenido grandes maestros, podría decirse sin caer en un error.
Y un maestro o una maestra comprometida con su papel de transformador o
transformadora de la realidad es un activo estratégico para un pueblo.
En
cada uno de ustedes, hierve ese espíritu emancipador, constructor y creador.
a.
Tumaco, juventud bajo el terror y la violencia.
La
crisis de la sociedad colombiana se expresa en su desprecio por la vida de la juventud, la mujer y la niñez.
“Tenemos
que decir que la guerra en Colombia ha causado la muerte de miles de niños y
niñas, algunos en las masacres y otros en los enfrentamientos entre sectores
armados. Los niños y niñas han fallecido también por causa de campos minados,
por incursiones y ataques en sus pueblos y han sido víctimas de casi todas las
modalidades de violencia. Digamos que cerca de 2 millones y medio de menores de
edad han sido desplazados; 70.000 han sido víctimas de violencia sexual,
desaparición forzada, homicidios, minas antipersonas y reclutamiento forzoso en
las filas de la guerrilla y por paramilitares.”[2]
En
los primeros años de la década del noventa, para los habitantes del Pacífico la
guerra que se vivía en los campos del Meta y Putumayo y en las calles de
ciudades como Bogotá y Medellín eran historia extrañas. En Tumaco, esta guerra
se hizo visible a mediados de los noventa con la presencia de los Ban Ban, pero
aquietados esos las cosas no parecieron inquietar mucho a la población que
vivía cambios sorprendentes en su historia: por primera vez en los varios
siglos de fundado Tumaco tenía electrificación más o menos permanente, se había
pavimentado la vía Tumaco-Pasto, avanzaba el adoquinamiento de las principales
calles de la isla, la palma aceitera prometía riquezas incalculables pese a las
críticas de los conocedores de las experiencia del monocultivo en otras
regiones del país y del mundo y las perubólicas
(parabólicas peruanas) le ganaban audiencia a los nuevos canales nacionales y
cambiaban el habla popular de los tumaqueños que ya sabían más de Perú y el
Chinito Fujimori que de los presidentes colombianos.
Fue también
a mediados de esa década que aprovechando la municipalización de la educación,
un alcalde municipal y sus concejales le
dieron el golpe de gracia a la calidad educativa contratando de profesores a
cuanto votante les fue posible sin importar su formación y compromiso con la
educación de los niños, adolescentes y jóvenes de esa época. Los viejos
profesionales de la educación hasta entonces, se vieron igualados a colegas que
nunca habían pisado una universidad y que en cambio cobraban igual gracias a su
participación electoral que los graduaba para influir en el futuro de los
niñas, los adolescente y jóvenes del municipio.
No
es exagerado decir que por ahí se abrió una puerta a la pauperización de la
economía familiar y de las posibilidades de superación de los niños/as,
adolescentes y jóvenes de Tumaco. Si bien no era excelente la calidad de las
instituciones educativas de los años ochenta, la de mediados de los noventa y
de la primera década del 2000 nos devolvió cien años atrás, por decir lo menos:
nuestros colegios llegaron a ocupar los últimos puestos en los exámenes del
ICFES a nivel a nacional
en 2011 o 2012.
Recuerdo
con cierta tristeza esas movilizaciones de maestros peleando porque no se
hiciera en Tumaco el examen del Ministerio de Educación, era una lucha por la
comida decían algunos, pero por ninguna parte esas luchas mencionaban el
interés o compromiso de mejorar la calidad educativa de los muchachos
tumaqueños.
Y
eso pasaba al tiempo que la guerra, por el control de los capitales del narcotráfico
nos traía la muerte y el horror paramilitar y los muertos nos saludaban con sus
caras amoratada y sus ojos hundidos cada día, de a tres, cuatro y cinco, al
pasar por El Tigre o en cualquier calle de la ciudad. Y era tanto el terror que
se llevaban a la gente de día y en presencia de los tumaqueños y todos sabíamos
que los iban a matar pero nadie decía o
hacía algo para impedirlo, solo se esperaba que al día siguiente entre los
“muñecos” no estuviera un familiar nuestro.
Y la
guerra que parecía extraña a nosotros se nos metió a la casa: pocas familias
pueden negar el efecto de esta guerra en sus familias, los muertos son
incontables; tres sobrinos perdimos en esa guerra y otro quedó preso en una
cárcel de Estados Unidos.
Y cuando
el desplazamiento de la gente de la zona rural y de otros municipios invadió la
isla de Tumaco y luego la de El Morro y siguió por el Puente El Pindo hacia la
ciudadela y la Carbonera y multiplicó por dos la población urbana, volviendo
trizas el tejido social que por más de cien años los tumaqueños nativos habían
construido, allí, se vio el resultado de la guerra en nuestro territorio: las víctimas
son incontables, la población urbana se acomodó como pudo, a las malas, entonces
nacieron los vecindarios sin energía, sin agua, construidos en zanjas, esteros
y guandal; los jóvenes dedicados al mototaxismo, a las acciones ilegales, a ser
parte de los grupo armados ilegales, y las niñas de catorce años embarazadas, y
enfermedades como el SIDA pasaron también su cuenta de cobro, y la violencia
basada en género contra las mujeres se hizo visible, entonces se empezó a
mostrar la mala vida que nos habíamos ganado con el cultivo y comercialización
de la coca.
Lo
peor de esto es que fueron los jóvenes, los adolescentes y los niños los
mayormente afectados.
¿Tuvo
algo que ver la baja calidad educativa de los jóvenes en su vinculación a las
actividades delictivas e ilegales?
Es posible.
Cuando un joven se le escapa a una institución educativa en este país, es probable
que su vulnerabilidad le permita ser reclutado por la ilegalidad o por la
explotación comercial. Su cuerpo, no su cultura, es objeto de comercio en la
prostitución, en el trabajo mal pago, tanto como en la guerra.
¿Estaba
preparado el sistema educativo local para enfrentar esa situación? ¿Cómo
reaccionaron las instituciones educativas con niños de familias desplazadas, de
desmovilizados, de reinsertados, de victimarios y víctimas del conflicto? Esa historia la conocen los maestros, y ese
episodio debe ser comprendido, analizado desde las instituciones educativas
para poder encontrar las claves pedagógicas que permitan, esta vez sí, salvar a
los muchachos que crecen en su seno. Recordemos que toda crisis implica una
oportunidad, y esta es la nuestra.
2.
JUventur: alegría, paz, esperanza y
creatividad.
En
Colombia hay gente que dice que pese a la tragedia de nuestro presente y pasado
inmediato, la gente afro no deja de festejar la alegría de la vida. Esa
capacidad de resilencia ha sido reconocida por algunos investigadores de la cultura
y sociedad afrocolombiana del Pacífico como una potencialidad.
Lo
propio de la cultura afrocolombiana es esa identidad forjada en su propia
historia de luchas ganadas y perdidas, de reciclaje y combinación creativa de
lo afro, lo europeo y lo nativo americano; esa capacidad de transformar las
tierras bajas del Pacífico en la construcción de un territorio de paz mediante
la comunicación, la mano cambiada, la solidaridad, la corresponsabilidad, entre
otros elementos culturales que pueden ser apropiados desde la escuela formal y
etnoeducadora.
Y
dado que esa identidad es pluriétnica y multicultural nos reta a apropiarnos de
la cultura letrada, de entrar en contacto con las culturas del mundo, a
aprender de aquellos que han experimentado procesos como los nuestros y los han
superado, y ahí está la herramienta que
hace eso posible: la lectoescritura, la puerta al mundo letrado que se nos ha
negado. En la región, las bibliotecas no pueden seguir siendo un cuarto para
guardar libros, más bien deben ser estrategias de acercamiento de las
comunidades hacia el libro, la lectura y la escritura, espacio donde las
familias se sensibilicen y hagan del libro una herramienta cotidiana. Una nueva
sociedad en Tumaco no puede esperar que sus instituciones educativas estén
desconectadas del mundo escrito y digital, ahí encontramos también la cultura
letrada la oral en sus más amplias manifestaciones.
La
alegría tiene que seguir siendo ese patrimonio cultural que acompañe otros
procesos de mejoramiento, incluido el de la paz como metodología de
construcción de un futuro compartido, de todos los que habitamos este
territorio, todos los que aún tenemos esperanza de mejorar este destino amargo
para construir presentes más felices.
Y en
ese empeño es que la creatividad como la capacidad de renovarnos, de encontrar
nuevas maneras de resolver nuestros problemas, de aprovechar sosteniblemente
los recursos naturales que aún tenemos, de re-inventarnos, tiene que ocupar un
espacio estratégico. Hemos sido formados en la colonización del pensamiento por
los imperialistas europeos y americanos, ahora es la oportunidad de crear un
pensamiento propio, cimarronearnos y apalenquearnos, a partir de nuestra
experiencia cultural, y escribir nuestra
historia, liderar nuestro permanente proceso de cambio y progreso cultural.
Pero
eso requiere de la escuela, de la institución educativa y del maestro como
principal protagonista. Ya dijimos antes cómo el papel del maestro es clave en
la construcción del imaginario de los estudiantes, de las familias y de las
comunidades. Entonces, ahora es un tiempo para que ese papel se haga más
visible, para que todos, maestros, directivos y padres de familia, soñemos,
participemos, e inventemos un futuro posible para las actuales generaciones de
niños, niñas, adolescente y jóvenes de nuestro municipio. No hay recetas ni
formulas, hay solo la alegría de crear, la confianza en nuestra historia y la
esperanza de nuestros corazones.
Esta
labor nos convoca más que antes y asumir el reto de afrontarla nos hará
mejores.
Muchas
gracias.
Jrd.
Pacifico colombiano. 2017
[1] El
autor estudió comunicación social en la Universidad del Valle, Cali. Como
profesional de la comunicación ha trabajado en casi todas las ciudades de la
región del Pacifico colombiano en proyectos
comunitarios e institucionales. De su labor como escritor se conocen sus
novelas: Endiablao y El Silencio de Luz Marina (Autoreseditores.com).
[2] Conflicto armado en Colombia y sus consecuencias
sobre niños y jóvenes. Entrevista de
Paulo Cesar Pontes Fraga con Germán Muñoz González. En espacio abierto.
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