El problema de los ritmos institucionales y tradicionales en el Pacífico Colombiano


La culpa es de la comunidad

Con la avanzada institucional en la región del Pacífico colombiano en los años 80 los profesionales andinos y los de la región, aculturados en las universidades andinas, descubrieron cómo los modelos empresariales de las propuestas de desarrollo se quebraban ante la complejidad que representaba la región y su gente.

Una de estas complejidades tenía, y tiene que ver aún, con los ritmos de vida: el de la comunidad y el de la institucionalidad. Los proyectos diseñados en las oficinas de las corporaciones, ONG e instituciones, bajo el ritmo maniático de la planificación moderno industrial, se quebraban ante el ritmo mareofluvial y oralizado de las comunidades. Los proyectos se hacen lentos, costosos, más complejos de lo que la planificación moderna aguanta y al final sus resultados son mínimos o ninguno.

Ante su frustración, los profesionales de los proyectos acudían a sus representaciones sociales de la región y de las comunidades afrocolombianas  -acuñadas desde la colonia en el imaginario racista andino nacional- para evaluar sus fracasos: los negros son perezosos, desorganizados, ignorantes, violentos, no saben pensar bien. Y claro, la culpa, como en el libro “la culpa es de la vaca”,  era de la comunidad.

Hay que reconocer que esto ha cambiado algo, luego de la “etnización” o visibilización de las comunidades afrocolombianas, tanto del Pacífico como del país, mediante el desarrollo de la Ley 70 de 1993 y otros instrumentos legales de la Constitución de 1991, el imaginario racista andino tiene otros referentes y es posible que se haya modificado en algunos espacios como las universidades e instituciones; sin embargo, no hay mucha evidencia que compruebe una transformación importante. De hecho, pese al proceso de visualización afroetnica sigue siendo común encontrar frases denigrantes sobre las poblaciones afrocolombianas en profesionales y funcionarios que actúan en la región, como expresión de que su visión sencillamente no ha cambiado.

En este sentido, es necesario seguir insistiendo desde la región en la construcción de elementos aportantes a un imaginario respetuoso de las características culturales de los afrocolombianos y de los retos ambientales y socioeconómicos que han enfrentado para ser lo que son y como son. No se trata sólo de señalar al “otro” no negro o afrocolombiano, en su error y limitaciones, también hay que aportar elementos que eduquen desde la interculturalidad la visión de ese “otro”.

El problema de los ritmos

Pese a que aún persisten fuerzas conservadoras y reaccionarias muy fuertes, es claro que Colombia ha avanzado hacia procesos de modernización importantes; procesos que  implican, sobre todo en las ciudades, la aceleración constante de la vida. Sólo pensemos por un momento lo que ocurría en la Bogotá de los ochenta cuando el centro se embotellaba y funcionarios públicos, profesionales, vendedores y población en general, sufría la angustia de no llegar “a tiempo” a su oficina, a su industria, a su lugar de trabajo. Ahora, en Bogotá como en Medellín la gente va más a prisa que antes, el ritmo de su ciudad refleja el devenir típico de las ciudades modernas. Un segundo es la diferencia entre un buen negocio o ninguno. El capitalismo salvaje, ahora vestido de globalización y acuerdos comerciales internacionales, doblegó la parsimonia de las sociedades tradicionales en procura del rendimiento, la eficiencia y las ganancias.

En la región del Pacífico colombiano, pese a que en ciudades como Buenaventura y Tumaco se experimente una moderada aceleración de la vida, el ritmo fluviomareal y el tiempo lunar sigue rigiendo la vida de al menos la mitad de la población, aquella que aún se resiste en las comunidades rivereñas. Ahí, aunque hay energía eléctrica, aunque lleguen las señales del teléfono inalámbrico o la televisión satelital, el ritmo lo pone la complejidad ecosistemita, la cultura tradicional  y la tradición oral.

La complejidad eco sistémica

Unos de los factores determinantes de los ritmos de vida de los afrocolombianos es la complejidad ecosistémica de la región que habitan. Las mareas, las temporadas de lluvia y sol, los innumerables ríos, el bosque, la formación geológica, el ambiente en general, determina la acción familiar y comunitaria de la gente negra e indígena de la región.

Pero también determina, las maneras de gobernabilidad y efectividad del Estado. Por ejemplo, en el caso de Nariño, es indiscutible que la pavimentación de la carretera Pasto - Tumaco mejoró las condiciones de accesibilidad de las poblaciones del municipio a la sierra y las de la sierra a la costa, solo ver los domingos en el Morro la afluencia de paisanos en la playa confirma esto, pero eso también significa mejoramiento de la calidad de vida de la población a través de la acción institucional: los funcionarios departamentales que trabajan en Tumaco pueden ir a reuniones semanales a Pasto, las ONGs con oficina en Pasto pueden desplazarse sin muchos inconvenientes a la ciudad de Tumaco, en fin mejoró la cosa. Pero esto no significa, por ejemplo, que la mejoría se de también para municipios como Iscuandé, y La Tola,  otros del departamento en la subregión Pacífica a los que hay que llegar por mar y río. La diferencia en los niveles de pobreza y necesidades básicas insatisfecha, por ejemplo, entre Iscuandé y Tumaco (       ) podrían explicarse también por los altos costos de transporte entre Iscuandé y el centro del departamento y qué decir, de Iscuandé con en centro del país.

Desplazarse por la región significa costos que muy pocos de sus habitantes pueden asumir: un trayecto entre Tumaco y Quibdó, ida y vuelta puede sumar un poco más de millón y medio de pesos, cuando es posible. Hay pueblos como El Charco que tiene que atravesar la costa de un departamento, Cauca, para abastecerse en Buenaventura, Valle, cuando su municipio hace parte de Nariño y Tumaco está a 4 horas. Los habitantes de Guapi tienen que hacer una correría de casi dos días para ir a Popayán, su capital departamental de donde salen los contratos de profesores y los funcionarios departamentales. Por otro lado, cuando las aguas bajan y el sol arrecia hay pueblos en las partes altas de los ríos que simplemente quedan incomunicados con la costa. Entre otros ejemplos.

Así, la región, biodiversa, rica en minerales, flora y fauna, crea limitaciones de encuentro, de desplazamientos, y afecta de manera especial el ritmo de las comunidades.

La cultura tradicional  afrocolombiana[1]

Lo tradicional, por oposición a lo moderno, significa ese espacio temporal donde las sociedades permanecen atadas a tradiciones y costumbres del pasado, ideas y sistemas religiosos teocéntricos; con estructuras familiares clánicas, sistemas de gobiernos y estructuras de poder mesiánicas, entre otros aspectos.

La cultura tradicional de los afrocolombianos del Pacífico no está exenta de estas características, en las raíces de su formación están tres sistemas tradicionales que pese a los cambios globales se han mantenido: las herencias culturales prehispánicas, las africanas y las españolas del siglo XV. Los primeros africanos en el Pacífico no sólo padecieron la esclavización española sino la presión eclesiástica para evangelizarse en la religión católica y romana. Las biblias de los curas y los látigos de los capataces son los iconos clásicos de esta época.

El contacto afro e indígena en la región, pautado posiblemente en la solidaridad de “cimarrones y forajidos“, libres y compadres, significó también la apropiación cultural en terrenos como el lenguaje, los modos de trabajo y el imaginario.

Así las cosas, las comunidades afrocolombianas de la región si bien presentan rasgos de modernización en sus vidas, sobre todo en las zonas urbanas, en su percepción y sistema de vida se conserva un profundo arraigo tradicional.

Esto es apreciable en aspectos como la religiosidad. En comunidades de la parte alta de los ríos, sobre todo aquellas a las que el acceso es más difícil, es posible encontrar aún el sistema de síndicos y mayores dedicados a la celebración permanente de ritos religiosos de la fe católica; así mismo, es notorio en el resto de las comunidades, el crecimiento de adictos a religiones no católicas cristianas como los testigos de Jehová, pentecostales, adventistas, entre otros. Esta expresión religiosa es combinada, sin ningún prejuicio, con  creencias asociadas al animismo, los mitos de la tunda y el duende, o de prácticas mágicas, consideradas por la iglesia católica como brujería, como el fumar tabaco y consultar las cartas del naipe.

En ese mismo sentido se aprecia aún vigente el sistema de curanderos y hierbateros, cuyos conocimientos son una mezcla de empírica y magia, donde la palabra hablada, la oración, el secreto, son los rectores.

Esta condición impone un ritmo a la comunidad; las fiestas patronales, las fiestas religiosas, los horarios de rezos, los mitos que controlan territorios u horas, o las creencias, implican un modo de interpretar y conducirse en el mundo de una manera particular.

Así, es posible creer y esperar que los sucesos del mundo se den como están escritos en un libro o una leyenda y no como el producto de los seres humanos; pues los sistemas religiosos enseñan a esperar que las soluciones a los problemas del mundo las traiga el mesías, mientras tanto los “desterrados hijos de Eva” sufren y esperan en su “valle de lágrimas”.

La tradición oral

En las últimas décadas se ha mostrado algún interés por el analfabetismo de la región, en el caso de la subregión este alcanza en promedio al 40% de la población afrocolombiana y hasta el 70% entre los indígenas. Este interés también ha revelado la enorme implicación de lo oral en las comunidades de la región. Si bien el alfabetismo ha avanzado en la población a expensas de los esfuerzos en ampliación de cobertura de la educación primaria y media y los programas de alfabetización, lo cierto es que lo oral no sólo sigue siendo la principal estrategia de su comunicación sino que estructura la cultura de los afrocolombianos del Pacífico.

En este sentido habría que analizar con detenimiento cómo lo que podría verse como una debilidad: el alto índice de analfabetismo, más otro que puede ser una potencialidad: una rica tradición oral, pueden ambos afectar los ritmos de las comunidades en situaciones críticas.

Veamos un caso: la formulación de los estatutos de Instituto de Investigaciones Ambientales Jhon Von Newman. En este caso, las organizaciones afrocolombianas, indígenas, ONGs ambientalistas y universidades de la región protagonizaron un proceso de discusión y reflexión como ningún otro en la región y en el país. Quienes participaron en estas reuniones recuerdan cómo daban las dos de la madrugada y había gente discutiendo y no en pocas ocasiones tratando de decir lo que ya otros habían dicho, pero aclarándolo para si mismo de manera verbal, haciendo apuntes de su experiencia vital, contando un caso que se creía daba luz a la discusión, en fin, todos tenían qué decir, y a veces decir lo que el otro dijo de otro modo, pero al final era la búsqueda de que lo dicho o escrito tuviera el sentido consensuado de lo que todos pensaban y decían. La oralización de la reflexión colectiva hacía de este proceso un ejercicio en ocasiones agotador.

Pero ese modo no se quedó en la formulación de esos estatutos, este modo siguió en el proceso organizativo afrocolombiano porque era en esencia parte de la manera como las comunidades afrocolombianas del Pacífico han oralizado la construcción de su sociedad. Por eso, una reunión de un consejo comunitario o de cualquier otro organismo social requiere de tiempo, de paciencia y espacio para que el discurso comunitario se despliegue en su inmensidad y pueda generar los resultados que se quieren.

Pero para entender esto es preciso entender antes cómo el cuento tradicional del Príncipe Lagarto era contado todas las noches en las comunidades afrocolombianas con la habilidad y riqueza del narrador que hacía que cada noche el mismo cuento fuera mejor. Eso es lo que aparece en las reuniones oficiales de líderes e instituciones. Los funcionarios buscan datos concretos, si es posible estadísticos, cuantificaciones; la gente negra responde con relatos, glosas, refranes.

En estos procesos de negociación comunitarios o de Comunidad-Estado se hace visible la complejidad de la oralización de la cultura afrocolombiana del Pacífico y de sus implicaciones en los ritmos y la intercomunicación con la institucionalidad.

Pero hay otras expresiones, la falta o incipiente cultura letrada de la población puede ser la causa  de mucho de la perdida de la memoria escrita institucional en la región: el acontecer institucional es letrado, la documentación escrita  es parte estructurante de la institucionalidad. Las comunidades no han necesitado de esta tecnología social hasta hace muy pocas décadas, aún hay casos en que los abuelos no recuerdan sus fechas de nacimiento, ni el segundo nombre de su primer mujer y no hay un papel escrito porque todo se lo confiaron a su memoria oral. Así mismo ocurre con proyectos, documentos legales, personales y oficiales.

Las listas de mercado que hacen las familias urbanas andinas son inexistentes en los pueblos afrocolombianos del Pacífico, los recibos, las facturas, y demás instrumentos escritos de la funcionalidad administrativa moderna son de raro uso y existencia.

Las bibliotecas familiares como tal no existen, algunas colecciones oficiales en casa de líderes comunitarios o en la escuela de la comunidad aportan un mínimo relacionamiento con los libros a los niños y jóvenes locales; pero eso no parece necesitarse cuando la tradición oral aporta las historias y el conocimiento tradicional de la comunidad.

Sin embargo, con la urbanización y modernización de la región como expresión de los cambios globales y nacionales que buscan el aprovechamiento de la ubicación estratégica de la región para el comercio internacional, la oralidad se pone en desventaja y los índices de analfabetismo denotan una debilidad estructural de las comunidades.

Las nuevas negociaciones que enfrenta y enfrentará la población regional son y serán con actores altamente letrados; la escritura en todas sus modalidades es el puente comunicador del comercio global, de la investigación de la biodiversidad, de la protección ambiental, y de los otros temas prioritarios para la población afro pacífica.


A modo de conclusión.

Los ritmos institucionales y de las comunidades afrocolombianas, tradicionales, se enfrentan por condiciones ecosistemicas, sociales y culturales.

Los ritmos tradicionales de la población regional y su tradición oral pueden ser una potencialidad pero también una limitación para las comunidades en el contexto de globalización actual.









[1] Para algunos antropólogos el etnónimo de afrocolombiano es impreciso para nombrar la cultura de los “negros “ del Pacífico; sin embargo, ante la posición ética de no seguirnos “negriando” nosotros mismos, aquí hablamos de cultura afrocolombiana, reconociendo que si bien ésta posee aportes importantes de las indígenas y españolas, es un ser afroamericano o afrocolombiano el que la configura.

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