Poder y saber. Una discusión sobre la capacidad de los profesionales afrocolombianos y las transformaciones sociales del Pacífico Biodiverso.
Poder y saber.
Una discusión sobre la capacidad de los profesionales
afrocolombianos y las transformaciones
sociales del Pacífico Biodiverso.
“Por la vía de la educación se asciende a la libertad, por la
ignorancia se desciende a la esclavitud”.
Pensador chocoano.
Jaime Rivas D
Comunicador Social
Del saber como estrategia de ascenso social: ¿un sueño frustrado?
“Yo he luchado toda mi
vida para que ustedes salgan adelante, al menos les he dado el estudio, que yo
no tuve…” En la región del Pacífico colombiano es frecuente escuchar esta frase
en los diálogos de padres e hijos; confirmando la idea del pensador chocoano,
muchas familias dedicaron gran parte de sus esfuerzos en educar a los
renacientes para que por medio de su educación ascendieran en la escala social
y aportaran su “granito de arena” a mejorar las condiciones de las familias y
comunidades de la región.
En un primer momento,
esta formación se orientó al derecho y a la formación de maestros. Lugares como
Quibdó, Guapi y Barbacoas, compitieron por mucho tiempo en la formación de
maestros normalistas. Las poblaciones afrocolombianas de la región se llenaron
de docentes al punto que hubo hasta para exportar al interior del territorio
nacional. No por nada, en el Chocó se dice que los maestros chocoanos educaron
a Colombia.
Otro contingente de
profesionales se formó en el derecho. Muchos abogados afrocolombianos llenaron
las oficinas jurídicas y puestos públicos del Estado, a nivel local, regional y
zonal, otros emigraron a las ciudades interandinas. El clientelismo político
absorbió a muchos de ellos.
Para la segunda mitad del
siglo XX aparecen nuevas profesiones: los ingenieros, los periodistas, los
agrónomos, los administradores, entre otros. En este caso, muchos de estos
profesionales no regresaron a sus lugares de origen. Era más rentable un puesto
en las pequeñas ciudades de la región o en las interandinas.
Hacia los años ochenta,
cuando la región es convertida en objeto de planificación regional, por los
planes de desarrollo, gran parte de los profesionales técnicos vinieron de las
ciudades interandinas, demostrando una debilidad de la región: al parecer no
habían los profesionales que el desarrollismo necesitaba para ejecutar los
planes. Al menos eso sustentaban los administradores de los proyectos de esa
época en Tumaco, y por lo observado en proyectos en el Cauca y el Chocó,
parecía cierta esa afirmación.
Incluso, este año (2006),
cuando el IIAP se plantea proyectos de envergadura regional como el apoyo a la
formulación de Esquemas de Ordenamiento Territorial se ha presentado dificultades
para encontrar los profesionales de origen local y con los perfiles acordados
que el proyecto requería.
De la observación de
ciudades como Barbacoas, Tumaco, Guapi y algunas del Chocó, como Quibdó e
Istmina, se desprende la preeminencia que tienen los maestros en la vida social
de estas poblaciones; ellos son en estas poblaciones una elite local, económica
y cultural, pues en la mayoría de los casos son los profesionales que tienen
asegurado un salario permanente y poseen el más alto capital cultural
(académico) en la ciudad, pues fueron a la escuela, al colegio, a la
universidad y algunos han hecho postgrados. De hecho, se dice que en Quibdó hay
más postgraduados que en cualquier otra ciudad de Colombia, si se compara su
número por habitante.
Entonces, se podría
afirmar que una parte de la estrategia de la población afrocolombiana se viene
cumpliendo: durante varias décadas, las familias afrocolombianas le apostaron y
le siguen apostando a la profesionalización de sus hijos.
Sin embargo, vale
preguntarse si los profesionales que con tanto esfuerzo han financiado las
familias afrocolombianas están produciendo los resultados que ésas familias
aspiraban.
Un punto posible para
evaluar esta meta es el papel de los profesionales en el cambio social de las
condiciones de la población regional. Si la estrategia viene funcionando
debería verse en las condiciones de la región.
Veamos, en Colombia los
afrocolombianos del Pacífico seguimos siendo los habitantes con más bajo nivel
de ingreso per cápita; nuestros indicadores de salubridad y nivel de vida no
sólo son los más bajos del país sino de Latinoamérica; nuestras ciudades son
estructuralmente desorganizadas, con una infraestructura sanitaria deplorable, inexistentes
sistemas de manejo de residuos sólidos y de contaminación ambiental, y sin
resquemor alguno hemos contaminado los ríos en los que se ubican, siendo la ensenada de Tumaco y la Bahía de Buenaventura las
que más carga contaminante soportan; el clientelismo político se roba el
presupuesto nacional y deja sin aliento cualquier intento tecnopolítico que
resuelva los problemas; la región sigue siendo colonizada económicamente por
capitales “paisas” que sustraen la riqueza y pagan salarios de hambre a nuestra
gente; el manejo politico-administrativo, excepto Quibdó, en el departamento
del Chocó, sigue estando en manos de las capitales de departamentos ubicadas en
los valles interandinos, y si el departamento del Chocó pareciera tener
autonomía administrativa, la realidad es que avanza sobre él una
desarticulación silenciosa que se expresa en cómo instituciones chocoanas del
orden departamental se han ido cediendo a la administraciones departamentales
de Antioquia, Caldas, Risaralda y Valle del Cauca (Pereachalá, 2004).
Todo lo anterior se hace
más triste al comprobar nuestro bajo nivel de respuesta ante la avalancha de
propuestas, modelos y programas de desarrollo que se imponen en la región, frente
nuestra actitud acrítica, de bajo perfil propositivo, sin alternativas propias
ni el valor suficiente para el rechazo de las mismas, pues un sentimiento de
debilidad, aliado a una actitud de olvidados
de la historia, nos hace recibir con alegría toda propuesta foránea, ante
la negación completa de nuestras propias potencialidades y capacidades.
Frente a este panorama, la
formación de profesionales no parece haber resuelto los problemas y la aspiración
de nuestros abuelos.
¿Qué paso con el sueño
de los abuelos?, ¿Por qué si tenemos maestros para exportar, tenemos los
índices más altos de analfabetismo?, ¿por qué si tenemos la región más lluviosa
del mundo no tenemos agua potable?, ¿Por qué si somos ricos en metales
preciosos, somos tan pobres económicamente?...
El sistema educativo colombiano
Los abuelos
afrocolombianos le apostaron a un sueño soportado en un sistema educativo que
forma profesionales para el trabajo subordinado, no individuos libres, no gestores, no líderes
capaces de transformar su sociedad; un sistema que ha privilegiado la cantidad
de conocimientos a la calidad del mismo, que ha estimulado la adquisición del
título más que la formación integral; un sistema educativo históricamente excluyente,
clasista y racista: el sistema educativo colombiano.
En este sistema
educativo, donde hay una educación para ricos y otra para pobres, pocos afrocolombianos
alcanzan a ingresar a las escuelas, colegios y universidades para ricos.
Incluso, su paso por las escuelas, colegios y universidad públicos es azaroso y
difícil. De hecho, es posible afirmar sin exagerar que de cien niños que
ingresan a la escuela primaria oficial, la mitad va al bachillerato y un mínimo
número a la universidad y de aquellos que llegan a la universidad, muy pocos
logran graduarse como profesionales. De hecho, de setecientos sesenta graduados
en la universidad del Valle, en Cali, en noviembre de este año, no se contaban
veinte afrocolombianos. Si pensamos que Cali es una ciudad en la que más de la
mitad de la población es afrocolombiana y la universidad del Valle es la más
accesible económicamente, la cifra de afrocolombianos graduados es preocupante.
Pero, si es el caso
caleño uno podría argumentar. No, lo que pasa es que la universidad preferida
por los afrocolombianos no es la del Valle, es la Santiago de Cali. Y ¿por qué
no la del Valle, si es menos costosa?, ¿Por qué la Santiago de Cali, si es más
cara? Por el nivel de exigencia académica que implica el ingreso a la Universidad
del Valle, es la respuesta. Entonces, de entrada se revela una debilidad y una
paradoja: el bajo esfuerzo académico se nivela con dinero.
De la educación en la
región, los diagnósticos señalan que ésta se caracteriza por contenidos
curriculares desactualizados ante los avances de las ciencias y las nuevas condiciones
sociales y culturales del país y la región; restringida a espacios cerrados,
sin las condiciones mínimas para el trabajo escolar; con contenidos
desarticulados de la vida de las comunidades; ciega ante los saberes y demás
elaboraciones de la cultura tradicional de afrocolombianos e indígena y caótica
en su administración pública (Hernández H.,Martha I. 199_).
Una alternativa para enfrentar
estas condiciones de la educación en la región era la etnoeducación. A juzgar
por la limitada difusión de experiencias, hasta hoy conocidas, son pocas las
instituciones educativas que han intentado articular este enfoque a sus
procesos institucionales. De hecho, la dependencia del sistema educativo
oficial, de los ritmos, asesorías y recursos estatales, puede ser una enorme
debilidad de esta iniciativa y una de las causa de sus pocos avances.
Siendo así la situación,
es importante repensar no sólo nuestro papel como profesionales afrocolombianos
del Pacífico, sino de cómo mejoramos nuestro propio sistema educativo para que
nuestros hijos, y nosotros mismo, podamos responder a las demandas que las
condiciones de la región nos imponen.
Proyecto social y autonomía
Creo que es preciso
avanzar en la reflexión de, por lo menos, dos líneas de acción que podrían aportar
a un mejoramiento de un sistema educativo propio, constructor de hombres y
mujeres en su autonomía, como seres transformadores y gestores de su
autoaprendizaje.
-
Individuo
autonómico
Un ser autonómico, es
esa mujer o ese hombre, consiente de sus capacidades y potencialidades, capaz
de tomar sus propias decisiones basado en argumentos racionales, en información
precisa y verdadera, tomada de su realidad; empoderado en sus derechos y
deberes sociales, económicos, culturales y políticos; con habilidades técnicas
y conceptuales que le permiten conocer a partir de su experiencia y, analizando
su acumulado de saberes y vivencias, transformar sus propias condiciones de
vida. Es decir, un ser que hace de su camino por la vida un camino de
aprendizaje y mejoramiento continuos.
Muchos de nosotros
parecemos estar muy lejos de esta condición: en Barbacoas, un anciano se
arrodilló ante una funcionaria mestiza que llevaba un proyecto a su comunidad;
en los aeropuertos de Guapi, Tumaco y Quibdó, jóvenes afrocolombianos se lanzan
hacia los recién llegados para ofrecer su fuerza como carga maletas y cajas,
“¿Qué le llevo patrón?, dicen mientras se juntan y se pelean entre ellos, en
una imagen que recuerda el tiempo en que los blancos de la región lanzaban
monedas desde sus balcones y los afrocolombianos se rompían entre ellos
buscando la moneda en el piso; un distinguido escritor guapireño, del siglo
pasado, propuso en su libro Litoral Recóndito que el gobierno impulsara la
colonización de población “paisa” a la región Pacífico para que la sangre de
los arios inyectara una nueva energía a la lentitud de los afrocolombianos, y
cada uno de nosotros podría adjuntar más casos a esta lista.
Estos, entre otros
ejemplos, recuerdan indirectamente un modelo mental de subordinación al otro
no-negro que podría leerse como expresión del complejo de inferioridad y
subordinación generados en el proceso de esclavización de los afrocolombianos,
que persiste pese a nuestra voluntad en negarlo. Podría decirse que los
afrocolombianos hemos celebrado la libertad, pero no hemos extirpado el mal de
la esclavitud. Temores, complejos, actitudes de subordinación, alcoholismo,
dificultad para expresar sanamente las diferencias, relaciones maritales
violentas, incomunicación intergeneracional, entre otras enfermedades mentales,
se hacen visible en nuestros comportamientos.
Y es que los
afrocolombianos arrastramos las taras de nuestra historia de subordinados. El
sistema educativo, impuesto desde arriba, no hizo más que fortalecer esas taras,
en la medida en que enseñó por mucho tiempo una historia que hacía invisible el
papel de los afrocolombianos en la
construcción nacional, que desconocía sus aportes a las culturas del
país, y negaba el acceso al conocimiento más avanzado y depurado de la humanidad;
entre otros aspectos.
Hay una historia inédita
sobre cómo nos educamos en la región. Los etnoeducadores afrocolombianos no nos
han hablado, por ejemplo, de las prácticas y modos de castigo que heredó la
escuela tradicional del modelo patriarcal esclavista. Si “La letra con sangre
entra” fue la línea dura de la educación nacional por un tiempo, en nuestra
región aún se escuchan su ecos: la reglas de palo para castigar los errores
matemáticos, las horas arrodillados sobre granos de maíz con los brazos extendidos
en cruz, son sólo algunos castigos escolares orientados a doblegar el ímpetu de
niñas y niños. El error era castigado. El castigo generó pasividad. Limitó la
posibilidad de experimentar, de conocer más allá de lo que el sistema quería
enseñar.
A estos habría que
sumarle, el apabullamiento de las creencias afro e indígenas no católicas, y la
inmersión acrítica en el universo de valores religiosos amordazantes de la
creatividad y libertad. Todo apuntaba a hacer hombres y mujeres sumisos,
doblegados ante el destino divino de su pobreza y agradecidos de la misericordia
de sus amos y patronos.
En algún momento de
nuestra historia presente, los afrocolombianos debemos enfrentarnos a ese
monstruo que aún ronda en la oscuridad de nuestro inconsciente y exorcisar por
fin las prácticas mentales de la subordinación y alcanzar nuestra tardía
calidad de seres adultos y autónomos.
-
La
gestión del saber
El sistema educativo
dominante nos enseñó que la educación se obtiene de la institución y que el
maestro es el todo poderoso del conocimiento. Que los estudiandos vamos a
llenarnos de conocimientos a la institución y que por fuera de ella estamos
perdidos. El título de bachiller o de profesional está para demostrar quién nos
formó y que somos mejores que los que no lo tienen. Y este sistema se corrompió
tanto, que en los últimos años preferimos el diploma al proceso formativo.
Esta visión produjo una
visión de conocimiento como algo que viene de fuera de nosotros y que sólo
ciertas personas pueden apropiarlo. Por ejemplo pongamos la representación
gráfica que se difunde del científico, con cara de loco y lentes grandes, nada
atractivo, un “nerd”, dicen los chicos norteamericanos.
La idea de que podemos
gestionar nuestro propio conocimiento del mundo que nos rodea y de nosotros
mismos es impensable, pues ya en la Biblia, desde el génesis de la religión
católica, nos enseñan que acercarse al conocimiento, comer la manzana del paraíso, es alejarse de Dios, perder su
protección y deambular por la tierra “ganando
nuestro pan con el sudor de nuestra frente”. Esta, que fue una de las ideas
que sostuvieron el poder de los curas durante más de mil años en la Europa
medieval, logró ser interiorizada en nuestras mentes de manera tal que vemos la
ciencia y el conocer muy lejos de nosotros.
Afortunadamente, la
historia misma de las comunidades nos ha demostrado con creces que la formación
de los individuos parte de las exigencias de su ambiente y que es un proceso de
construcción social donde el educando somos todos y todos somos maestros, de
alguna forma. Donde del error y del acierto de unos, aprendemos todos.
En las comunidades
tradicionales, si bien existe un hierbatero o un chaman, que poseen unos
conocimientos especializados, la mayoría de la comunidad conoce buena parte de
los que conoce el chaman y la hierbatera. Es decir, un conocimiento colectivo,
creado por todos, que les permite convivir en su territorio.
Ser autónomos implica
ser autogestionarios de nuestros conocimientos. Reconocer nuestra capacidad de
aprender por nuestra propia cuenta y riesgo y asumir la responsabilidad de
mejorar nuestras habilidades de conocer.
Es cierto que no todos
podemos saber de todo el conocimiento que la modernidad ha logrado documentar.
Hay bibliotecas en nuestras ciudades que ninguno de nosotros podrá leerse, como
documentales de ciencia en la tele que no veremos jamás. No podemos ser como
los sabios renacentistas, pero podemos acceder a un número significativo de
conocimientos que las distintas culturas del mundo han puesto a nuestra
disposición si sólo hacemos un esfuerzo por vencer nuestro apabullamiento
cultural.
Pero todo eso no será
suficiente si no aprendemos a hacer ciencia desde nuestras familias, si no
aprendemos a preguntarnos como preguntan nuestros hijos, si dejamos ese vicio
eclesiástico de que todas las respuestas ya están dichas y escritas. Una
sociedad que se pregunta es una sociedad que avanza sana hacia el porvenir, una
sociedad llena de respuestas es una sociedad al borde de la catástrofe.
Pero preguntar implica ponerse
en riesgo de perder el piso, el lugar tibio y agradable que nos dan las
certidumbres. Al contrario de estos, los abuelos afrocolombianos nos pueden
enseñar sobre la vida en la incertidumbre, sobre como inventaron sociedades en
medio de la persecución del sistema esclavista que los perseguía. Los
cimarrones modernos no podemos ser menos a este legado.
Mejorar nuestras
habilidades para el conocimiento es abrirnos al aprendizaje de nuevas formas de
leer y escribir, de ver televisión, cine, de escuchar la música y observar el
paisaje urbano de nuestras ciudades. Es la posibilidad de dejarnos seducir por
ideas nuevas, que pongan en crisis las que hemos cultivado por siempre en
nuestra estabilidad mediocre.
Quizás así, un día el
conocimiento nos conduzca a la libertad y no a la subordinación.
Jr. dic.2004.
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